miércoles, 9 de noviembre de 2011

Historia: Siglo XIX (IV)



El auge de la devoción en el siglo XIX, se vió favorecido por un sistema de dirección y administración que garantizó su permanencia. En relación a la ermita, siguió utilizandose el sistema heredado de siglos anteriores, como era el Administrador de ermitas, que nombrado por el Arzobispado, era el encargado de todas las existentes. Esta situación de variedad de ermitas a cargo del administrador se dio hasta 1832, en que ya sólo quedaba al culto la de Consolación, fecha en la que ocupaba el cargo D. Fernando Román. Además de este cargo, la ermita tenía un santero o ermitaño, que se encargaba del cuidado y adecentamiento del edificio.


Tras la muerte de D. Fernando Román, tomó el cargo de administrado el ya mencionado en variaos ocasiones presbítero D. Celestino Maestre, sobrino del anterior y una de las figura fundamentales en torno a la devoción de Consolación en el siglo XIX.


El periodo de dirección de D. Celestino fue una fase de gran desarrollo tanto de la devoción como del patrimonio artístico del Santuario, debida a su correcta administración de los bienes. Muestra de ello pueden considerarse algunos inventarios realizados. En uno de ellos, realizado recién llegado en 1844, se recogen, además de los enseres, <<una bula o privilegio condeciendo indulgencia plenaria a los que, previa confesión y comunión, visitasen debotamente cada año la Iglesia Hermita de Santa María de la Consolación a extramuros de esta Villa>>.


El control de la administración del patrimonio, los cultos y demás aspectos del Santuario correspondía, como en siglos anteriores, al visitador de ermitas del Arzobispado, al margen y fuera de la dependencia de la Parroquia. D. Celestino describe con todo detalle en su diario la visita realizada en 1853, anotando que para tal visita fue limpiada y encalada y que el escríbano público había especifiado las cuentas en el libro de carga y data de la ermita con un notable superavit. La devoción se encontraba en un momento floreciente, prueba de ello es que en una nueva visita en 1860, el visitador del Arzobispo González Cienfuegos anotó en su informe que la ermita estaba en buen estado de conservación, haciéndose eco de la belleza de la imagen, que en esos momento se hallaba sobre sus andas procesionalesrecubierta con el manto y adornada con joyas de oro y plata.


No hay constancia de propiedades rústicas o urbanas, y parece que de haberlas tenido, no las conservaba ya en el segundo cuarto del siglo, puesto que los efectos desamortizadores sobre los bienes eclseiásticos no afectó a la ermita.


Los fondos para el sostenimiento de lso cultos y del propio edificio llegaban fundamentalmente de las aportaciones populares, limosnas y colectas. También ser realizaban rifas, normalmente de animales donados, que eran paseados por el pueblo para su publicidad, previa autorización del Ayuntamiento. Otra forma de ingresos, aunque parece que limitados a los festejos populares, eran las aportaciones del Ayuntamiento. Completaban los ingresos los pagos de las pujas, las limosnas en las andas durante la procesión, en la ermita o las misas, así como la venta de estampas.


A partir de 1871, con la muerte de D. Celestino, se abre un vacío documental, pues a diferencia de la abundancia de datos tomados por él en sus manuscritos, el único documento hasta 1926 del que se tiene constancia es un inventario realizado en 1886 por D. Diego Corpas. Este vacío se ve motivado a la posible finalización del control de la ermita por el Arzobispado, debiendo pasar a depender directamente de la Parroquia, y dejando de existir una persona como D. Celestino que, al cargo de la ermita, recopilara datos sobre el edificio y la devoción. Quedarían como únicas fuentes el archivo parroquial, destruido casi en su totalidad en 1936, y las anotaciones de los Hermanos Corpas, que recopilaron datos históricos sobre Cartaya, pero al centrarse especialmente en aspectos históricos y arquitectónicos, y omitir datos cruciales de sobre las devociones locales del momento, no aportan una imagen certera de la situación de la devoción.


Este vacío documental no terminará ya hasta entrado el siglo XX, concretamente con la fundación de la Asociación y Corte de Honor, que retomará de nuevo la recopilación de datos sobre la devoción.

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