jueves, 24 de diciembre de 2015

FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO



Esta noche la ermita será el humilde pesebre donde Jesús nos sea dado, donde el Salvador venga al mundo del vientre de su Madre: María Madre de Dios y Nuestra, Virgen Santísima de Consolación.

Que estos días celebremos en familia con alegría la venida del Señor, profundizando en la fe y abriendo nuestro corazón a Él, para que nos ayude a crecer como cristianos en este año de la Misericordia, siempre unidos como hermanos.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo. 

sábado, 19 de diciembre de 2015

HORARIO DE LA ERMITA



CIERRE DE LOS ACTOS DEL CINCUENTENARIO DE LA HERMANDAD DE LA ESPERANZA

Nuestra hermandad asistió a la misa y besamano de María Stma. de la Esperanza en su festividad 


En la tarde de ayer, dia 18 de diciembre, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Cautivo y María Santísima de la Esperanza celebró la tradicional misa y besamano en honor a su Venerada Titular en su festividad litúrgica.

Una representación de nuestra hermandad acompañó a la hermandad del Miércoles Santo cartayero en la eucaristía, que este año ha tenido el carácter especial de ser el cierre del programa de actos que la hermandad ha organizado durante el año 2015 por su cincuenta aniversario. Por tal motivo, al finalizar la Eucaristía hicimos entrega de un obsequio para la Santísima Virgen como recuerdo de la efeméride. Se trata de un pañuelo, realizado en encaje de Bruselas del siglo XIX, cuyo motivo decorativo principal son unas rosas, como recuerdo de la Santísima Virgen de Consolación por la rosa que lleva en su mano junto al cetro. El mismo se acompaña de una placa en el interior del estuche en el que fue entregado, en la que puede leerse la siguiente inscripción:

Un pañuelo de Consuelo para enjugar
las lágrimas de la Esperanza.

A Nuestra Señora de la Esperanza 
en el 50 aniversario de su bendición.

La Hdad, de Ntra. Sra. de Consolación.

Cartaya, 18 de diciembre de 2015
Fiesta de la Expectación.

Desde aquí, transmitir públicamente nuestra enhorabuena y felicitaciones a la hermandad de La Esperanza por los distintos actos que han organizado durante este año tan especial para ambas corporaciones y para nuestro pueblo, pues hemos celebrado el cincuenta aniversario de la Hermandad de la Esperanza y el setenta y cinco aniversario de la bendición de la Santísima Virgen de Consolación.






jueves, 17 de diciembre de 2015

DECRETO DEL SEÑOR OBISPO CON MOTIVO DEL AÑO DE LA MISERICORDIA


JOSÉ VILAPLANA BLASCO 
POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA 
OBISPO DE HUELVA 

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV, 1). Por la bula Misericordiae Vultus, de 11 de abril de 2015, el Santo Padre Francisco ha convocado el Jubileo extraordinario de la Misericordia, que dará comienzo en la solemnidad de la Inmaculada Concepción del presente año y se extenderá hasta la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, 20 de noviembre de 2016. Con tal motivo, tendrá lugar una serie de acontecimientos litúrgicos, así como varias iniciativas pastorales, sociales y culturales, que pondrán de relieve el misterio de la misericordia (Cf. MV, 2). Igualmente, el Sumo Pontífice ha querido proveer oportunamente los tesoros espirituales que se han de conceder a los fieles para su santificación, de modo que puedan renovar y fortalecer propósitos de salvación sobrenatural. 

La Diócesis de Huelva se une gozosamente a la celebración, y organizará a lo largo del Año de la Misericordia, diversas actividades formativas, litúrgicas y sociales. En aplicación de lo dispuesto en la bula Misericordiae Vultus, por las presentes hacemos públicas las gracias que podrán obtenerse para conocimiento de los fieles de nuestra Diócesis: 

I. Los fieles cristianos, una vez cumplidas las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice), podrán lucrar la indulgencia plenaria si participan devotamente en una función sagrada realizada públicamente en forma de peregrinación a la Santa Iglesia Catedral, entrando por la Puerta de la Misericordia, participando en la celebración de la Santa Misa y haciendo la profesión de fe. 

II. Los fieles impedidos por la enfermedad o por otra causa legítima, podrán lucrar también la indulgencia plenaria, cumpliendo todos los requisitos para la obtención de la indulgencia plenaria, excepto la peregrinación a la Santa Iglesia Catedral, con tal que se unan espiritualmente a una celebración jubilar, ofreciendo a Dios sus oraciones y sus sufrimientos. 

III. La indulgencia plenaria podrá ser aplicada como sufragio por las almas de los fieles difuntos. 

Igualmente, por el presente 

DECRETO: 

1. Que en todas las iglesias parroquiales, así como en las rectorales y en los santuarios de peregrinación, se establezcan y se publiquen los horarios en los que los fieles puedan recibir el sacramento de la Penitencia, especialmente en los viernes, día penitencial. 

2. Que en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, para que sea vivida con mayor intensidad, se organicen en cada parroquia o arciprestazgo catequesis y charlas sobre la misericordia de Dios, sobre el sacramento del Perdón y sobre las obras de misericordia. 

3. Que en cada parroquia se ofrezcan sugerencias concretas a los fieles para la práctica de las obras de misericordia corporales y espirituales. 

4. Que se revitalice en cada parroquia el Signo de Cuaresma – destinado este año a la Casa “Santa María”, de Cáritas Diocesana, como una muestra concreta, a nivel diocesano, del lugar en que se practican las obras de misericordia. 

5. Que las parroquias y arciprestazgos, organicen una peregrinación a la Santa Iglesia Catedral, –“signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio” (MV, 13)– , para que los fieles puedan lucrar las gracias del Jubileo. 

Animo, pues, a todos, a vivir este acontecimiento de gracia, tomando conciencia y experimentando la misericordia de Dios para con cada uno de nosotros. Igualmente os exhorto a la reflexión sobre las obras de misericordia, que hará que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos del Señor (Cf. MV 15). Y ruego a los sacerdotes que generosamente ofrezcan mayor parte de su tiempo para el ministerio de las confesiones, para ser “un verdadero signo de la misericordia del Padre” (MV, 17). 

Dado en Huelva a veintiuno de noviembre de dos mil quince, memoria litúrgica de la Presentación de la Santísima Virgen. Por mandato del Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo

CARTA DEL SEÑOR OBISPO POR EL AÑO DE LA MISERICORDIA



Queridos hermanos y hermanas: 

“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV, 1). Con estas palabras comienza el Santo Padre su bula Misericordiae Vultus, por la que convoca el Jubileo extraordinario de la Misericordia. El día de la Inmaculada nuestro querido Papa Francisco abrirá la Puerta de la Misericordia en la Basílica de San Pedro. El domingo día 13, tercero de Adviento, abriremos también en nuestra Iglesia Catedral la Puerta de la Misericordia. Iniciaremos así un Año Jubilar que nos invita a todos a celebrar con alegría la bondad entrañable de nuestro Dios, que nos muestra su amor compasivo y nos abraza, como el padre de la parábola, cambiando los andrajos de nuestras miserias con el traje festivo de hijos (Cf. Lc 15, 22) con su bondad y su misericordia. “Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que le temen” (Salmo 103, 13). 

Os animo, pues, a vivir este acontecimiento de gracia tomando conciencia de la misericordia de Dios para con cada uno de nosotros. 

Este jubileo, además, nos ayudará a redescubrir que, si de verdad acogemos el perdón y la compasión de Dios para nosotros, también debemos mostrar esta misma actitud para con los demás; porque como dice Jesús: “si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial” (Mt 6, 14). Y también nos dice el Señor: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). Con estas palabras nos indica que si somos hijos de Dios debemos comportarnos como Él lo hace con nosotros: todo un programa de vida. 

Para ayudaros a celebrar con fruto este Jubileo os propongo estas orientaciones: 

1º.- Pido a los sacerdotes que cuiden especialmente la celebración del sacramento de la Penitencia, ofreciendo a los fieles unos horarios generosos y lugares apropiados para su celebración. En todas las parroquias y santuarios deben estar visibles los horarios. Los viernes deben ofrecerse tiempos apropiados para que puedan acceder también al sacramento las personas que por su horario de trabajo tengan dificultad. 

2.- Especialmente, en el tiempo de Cuaresma, se ofrecerán catequesis y charlas sobre la misericordia de Dios, sobre el sacramento del Perdón y sobre las obras de misericordia. 

3.- Exhorto a todas las familias que están enemistadas, busquen, con la gracia de Dios y la ayuda de algunas personas que puedan mediar, la reconciliación y la recuperación de la armonía familiar y la paz. 4.- Invito a todas las parroquias a recordar las obras de misericordia corporales y espirituales, ofreciendo sugerencias e iniciativas pastorales para su práctica. 

5.- Como signo de este Año Jubilar os invito a revitalizar nuestro Signo de Cuaresma, que estará destinado a la Casa de Acogida “Santa María”, de Huelva, donde ejercemos prácticamente todas las obras de misericordia: dar de comer, beber, vestir, acoger... ¿Por qué no intentar ofrecer algunas privaciones, durante la Cuaresma, en favor de los que ni siquiera tienen un techo? 

6.- Os invito también a peregrinar a la Catedral, entrando por la Puerta de la Misericordia, preparándoos bien con el sacramento de la Penitencia, recibido con verdadero espíritu de conversión, con la celebración de la Eucaristía, con la profesión de fe y la oración por las intenciones del Papa. Así se podrá obtener la indulgencia plenaria concedida por el Santo Padre. Podéis peregrinar con vuestras parroquias o arciprestazgos, que os darán los oportunas indicaciones, y también con vuestros grupos cristianos, en familia o particularmente. Durante todo el año la Catedral estará abierta y ofrecerá la posibilidad de confesaros. Tened en cuenta que el Jubileo puede aplicarse también por los difuntos. Los enfermos e impedidos podrán obtener las gracias del Jubileo sin necesidad de ir a la Catedral, cumpliendo los demás requisitos y uniendo sus dolores a Cristo con espíritu de penitencia. 

Espero que el Año de la Misericordia produzca abundantes frutos entre nosotros; es una magnífica oportunidad para renovar nuestra vida cristiana. Atentos a las palabras y a los signos del Papa Francisco, procuraremos reflejarlos también en nuestra Diócesis. 

Que María, Madre de Misericordia, nos ayude a reconocer, como Ella, que el nombre de Dios “es santo y su misericordia llega sus fieles de generación en generación” (Lc 1, 49-50). Os bendigo con todo afecto. 

✠ José Vilaplana Blasco 
Obispo de Huelva 

Huelva, 21 de noviembre de 2015. Memoria litúrgica de la presentación de la Santísima Virgen. 

APERTURA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA


El Obispo abre la Puerta de la Misericordia en nuestra Diócesis

Nuestro obispo, José Vilaplana, abrió el domingo, 13 de diciembre, en la Catedral el Año de la Misericordia en la Diócesis de Huelva. Para ello, convocó a todos los fieles a concentrarse en la plaza de La Merced de la capital. A causa de la lluvia, la celebración comenzó finalmente en el interior del templo, al que se accedió por la puerta lateral y, una vez concluido el rito inicial con la lectura de la introducción de la bula papal Misericordiae Vultus, el Obispo, acompañado de sacerdotes y fieles, se dirigió a la puerta principal de la Catedral, en una pequeña procesión, para realizar el gesto simbólico de apertura de la puerta y dio comienzo así la Santa Misa de Inicio del Año Jubilar de la Misericordia.

En aplicación de lo dispuesto en la bula Misericordiae Vultus, se han hecho públicas, a través de decreto episcopal, las gracias que podrán obtenerse para conocimiento de los fieles de nuestra Diócesis:

I. Los fieles cristianos, una vez cumplidas las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice), podrán lucrar la indulgencia plenaria si participan devotamente en una función sagrada realizada públicamente en forma de peregrinación a la Santa Iglesia Catedral, entrando por la Puerta de la Misericordia, participando en la celebración de la Santa Misa y haciendo la profesión de fe.

II. Los fieles impedidos por la enfermedad o por otra causa legítima, podrán lucrar también la indulgencia plenaria, cumpliendo todos los requisitos para la obtención de la indulgencia plenaria, excepto la peregrinación a la Santa Iglesia Catedral, con tal que se unan espiritualmente a una celebración jubilar, ofreciendo a Dios sus oraciones y sus sufrimientos.

III. La indulgencia plenaria podrá ser aplicada como sufragio por las almas de los fieles difuntos.

Con ocasión de este jubileo el Obispo ha animado a todos a vivir este acontecimiento de gracia, tomando conciencia y experimentando la misericordia de Dios para con cada uno de nosotros. Además, ha decretado los siguientes puntos:

1. Que en todas las iglesias parroquiales, así como en las rectorales y en los santuarios de peregrinación, se establezcan y se publiquen los horarios en los que los fieles puedan recibir el sacramento de la Penitencia, especialmente en los viernes, día penitencial.

2. Que en el tiempo litúrgico de la Cuaresma, para que sea vivida con mayor intensidad, se organicen en cada parroquia o arciprestazgo catequesis y charlas sobre la misericordia de Dios, sobre el sacramento del Perdón y sobre las obras de misericordia.

3. Que en cada parroquia se ofrezcan sugerencias concretas a los fieles para la práctica de las obras de misericordia, corporales y espirituales.

4. Que se revitalice en cada parroquia el Signo de Cuaresma – destinado este año a la Casa “Santa María”, de Cáritas Diocesana, como una muestra concreta, a nivel diocesano, del lugar en que se practican las obras de misericordia.

5. Que las parroquias y arciprestazgos, organicen una peregrinación a la Santa Iglesia Catedral, –“signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio” (MV, 13)”-, para que los fieles puedan lucrar las gracias del Jubileo.

Fuente: http://www.diocesisdehuelva.es/

miércoles, 16 de diciembre de 2015

BULA MISERICORDIAE VULTUS



Misericordiae Vultus

BULA DE CONVOCACIÓN DEL 
JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA

FRANCISCO
OBISPO DE ROMA
SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS
A CUANTOS LEAN ESTA CARTA
GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ


1. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, « rico en misericordia » (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como « Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad » (Ex34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la « plenitud del tiempo » (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona[1] revela la misericordia de Dios.

2. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.

3. Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes.

El Año Santo se abrirá el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta fiesta litúrgica indica el modo de obrar de Dios desde los albores de nuestra historia. Después del pecado de Adán y Eva, Dios no quiso dejar la humanidad en soledad y a merced del mal. Por esto pensó y quiso a María santa e inmaculada en el amor (cfr Ef 1,4), para que fuese la Madre del Redentor del hombre. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que perdona. En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza.

El domingo siguiente, III de Adviento, se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Roma, la Basílica de San Juan de Letrán. Sucesivamente se abrirá la Puerta Santa en las otras Basílicas Papales. Para el mismo domingo establezco que en cada Iglesia particular, en la Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la Concatedral o en una iglesia de significado especial se abra por todo el Año Santo una idéntica Puerta de la Misericordia. A juicio del Ordinario, ella podrá ser abierta también en los Santuarios, meta de tantos peregrinos que en estos lugares santos con frecuencia son tocados en el corazón por la gracia y encuentran el camino de la conversión. Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente comprometida a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así como en las Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia.

4. He escogido la fecha del 8 de diciembre por su gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo compromiso para todos los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la propia fe. La Iglesia sentía la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre.

Vuelven a la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: « En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad … La Iglesia Católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella ».[2]En el mismo horizonte se colocaba también el beato Pablo VI quien, en la Conclusión del Concilio, se expresaba de esta manera: « Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad … La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio … Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimentes diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas … Otra cosa debemos destacar aún: toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección: servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades ».[3]

Con estos sentimientos de agradecimiento por cuanto la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos espera, atravesaremos la Puerta Santa, en la plena confianza de sabernos acompañados por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia.[4]

5. El Año jubilar se concluirá en la solemnidad litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que derrame su misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por construir con el compromiso de todos en el próximo futuro. ¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros.

6. « Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia ».[5] Las palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: « Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón ».[6] Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso.

“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Los Salmos, en modo particular, destacan esta grandeza del proceder divino: « Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de gracia y de misericordia » (103,3-4). De una manera aún más explícita, otro Salmo testimonia los signos concretos de su misericordia: « Él Señor libera a los cautivos, abre los ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados » (146,7-9). Por último, he aquí otras expresiones del salmista: « El Señor sana los corazones afligidos y les venda sus heridas. […] El Señor sostiene a los humildes y humilla a los malvados hasta el polvo » (147,3.6). Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.

7. “Eterna es su misericordia”: es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La misericordia hace de la historia de Dios con Israel una historia de salvación. Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre bajo la mirada misericordiosa del Padre. No es casual que el pueblo de Israel haya querido integrar este Salmo, el grandehallel como es conocido, en las fiestas litúrgicas más importantes.

Antes de la Pasión Jesús oró con este Salmo de la misericordia. Lo atestigua el evangelista Mateo cuando dice que « después de haber cantado el himno » (26,30), Jesús con sus discípulos salieron hacia el Monte de los Olivos. Mientras instituía la Eucaristía, como memorial perenne de Él y de su Pascua, puso simbólicamente este acto supremo de la Revelación a la luz de la misericordia. En este mismo horizonte de la misericordia, Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Saber que Jesús mismo hizo oración con este Salmo, lo hace para nosotros los cristianos aún más importante y nos compromete a incorporar este estribillo en nuestra oración de alabanza cotidiana: “Eterna es su misericordia”.

8. Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. « Dios es amor » (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.

Jesús, ante la multitud de personas que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: « Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo » (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo eligió: miserando atque eligendo.[7] Siempre me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema.

9. En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.

De otra parábola, además, podemos extraer una enseñanza para nuestro estilo de vida cristiano. Provocado por la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces fuese necesario perdonar, Jesús responde: « No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete » (Mt 18,22) y pronunció la parábola del “siervo despiadado”. Este, llamado por el patrón a restituir una grande suma, le suplica de rodillas y el patrón le condona la deuda. Pero inmediatamente encuentra otro siervo como él que le debía unos pocos centésimos, el cual le suplica de rodillas que tenga piedad, pero él se niega y lo hace encarcelar. Entonces el patrón, advertido del hecho, se irrita mucho y volviendo a llamar aquel siervo le dice: « ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti? » (Mt 18,33). Y Jesús concluye: « Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos » (Mt 18,35).

La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas deviene la expresión más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo del que no podemos prescindir. ¡Cómo es difícil muchas veces perdonar! Y, sin embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para alcanzar la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Acojamos entonces la exhortación del Apóstol: « No permitan que la noche los sorprenda enojados » (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de nuestra fe. « Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia » (Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año Santo.

Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.

10. La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La Iglesia « vive un deseo inagotable de brindar misericordia ».[8] Tal vez por mucho tiempo nos hemos olvidado de indicar y de andar por la vía de la misericordia. Por una parte, la tentación de pretender siempre y solamente la justicia ha hecho olvidar que ella es el primer paso, necesario e indispensable; la Iglesia no obstante necesita ir más lejos para alcanzar una meta más alta y más significativa. Por otra parte, es triste constatar cómo la experiencia del perdón en nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.

11. No podemos olvidar la gran enseñanza que san Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba. Dos pasajes en particular quiero recordar. Ante todo, el santo Papa hacía notar el olvido del tema de la misericordia en la cultura presente: « La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia … Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios ».[9]

Además, san Juan Pablo II motivaba con estas palabras la urgencia de anunciar y testimoniar la misericordia en el mundo contemporáneo: « Ella está dictada por el amor al hombre, a todo lo que es humano y que, según la intuición de gran parte de los contemporáneos, está amenazado por un peligro inmenso. El misterio de Cristo ... me obliga al mismo tiempo a proclamar la misericordia como amor compasivo de Dios, revelado en el mismo misterio de Cristo. Ello me obliga también a recurrir a tal misericordia y a implorarla en esta difícil, crítica fase de la historia de la Iglesia y del mundo ».[10] Esta enseñanza es hoy más que nunca actual y merece ser retomada en este Año Santo. Acojamos nuevamente sus palabras: « La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia – el atributo más estupendo del Creador y del Redentor – y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora ».[11]

12. La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.

La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia.

13. Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: « Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es misericordioso » (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz (cfr Lc 6,27). Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de vida.

14. La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás como el Padre lo es con nosotros.

El Señor Jesús indica las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: « No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida que midáis » (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Sin embargo, esto no es todavía suficiente para manifestar la misericordia. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad.

Así entonces, misericordiosos como el Padre es el “lema” del Año Santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio. Viene en nuestra ayuda cuando lo invocamos. Es bello que la oración cotidiana de la Iglesia inicie con estas palabras: « Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme » (Sal 70,2). El auxilio que invocamos es ya el primer paso de la misericordia de Dios hacia nosotros. Él viene a salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Y su auxilio consiste en permitirnos captar su presencia y cercanía. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos.

15. En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo.

Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras demisericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: « En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor ».[12]

16. En el Evangelio de Lucas encontramos otro aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga. Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del profeta Isaías donde está escrito: « El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor » (61,1-2). “Un año de gracia”: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras del Apóstol: « El que practica misericordia, que lo haga con alegría » (Rm 12,8).

17. La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso del Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú, Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo. Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros pecados (cfr 7,18-19).

Las páginas del profeta Isaías podrán ser meditadas con mayor atención en este tiempo de oración, ayuno y caridad: « Este es el ayuno que yo deseo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: “¡Aquí estoy!”. Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al afligido de corazón, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan » (58,6-11).

La iniciativa “24 horas para el Señor”, a celebrarse durante el viernes y sábado que anteceden el IV domingo de Cuaresma, se incremente en las Diócesis. Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior.

Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva. Cada uno de nosotros ha recibido el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados, de esto somos responsables. Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. No se cansarán de salir al encuentro también del otro hijo que se quedó afuera, incapaz de alegrarse, para explicarle que su juicio severo es injusto y no tiene ningún sentido ante la misericordia del Padre que no conoce confines. No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia.

18. Durante la Cuaresma de este Año Santo tengo la intención de enviar los Misioneros de la Misericordia. Serán un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe. Serán sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica, para que se haga evidente la amplitud de su mandato. Serán, sobre todo, signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón. Serán misioneros de la misericordia porque serán los artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la vida nueva del Bautismo. Se dejarán conducir en su misión por las palabras del Apóstol: « Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos » (Rm 11,32). Todos entonces, sin excluir a nadie, están llamados a percibir el llamamiento a la misericordia. Los misioneros vivan esta llamada conscientes de poder fijar la mirada sobre Jesús, « sumo sacerdote misericordioso y digno de fe » (Hb 2,17).

Pido a los hermanos Obispos que inviten y acojan estos Misioneros, para que sean ante todo predicadores convincentes de la misericordia. Se organicen en las Diócesis “misiones para el pueblo” de modo que estos Misioneros sean anunciadores de la alegría del perdón. Se les pida celebrar el sacramento de la Reconciliación para los fieles, para que el tiempo de gracia donado en el Año jubilar permita a tantos hijos alejados encontrar el camino de regreso hacia la casa paterna. Los Pastores, especialmente durante el tiempo fuerte de Cuaresma, sean solícitos en invitar a los fieles a acercarse « al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia » (Hb 4,16).

19. La palabra del perdón pueda llegar a todos y la llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente. Mi invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a aquellas personas que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida. Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida. Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que si bien combate el pecado nunca rechaza a ningún pecador. No caigáis en la terrible trampa de pensar que la vida depende del dinero y que ante él todo el resto se vuelve carente de valor y dignidad. Es solo una ilusión. No llevamos el dinero con nosotros al más allá. El dinero no nos da la verdadera felicidad. La violencia usada para amasar fortunas que escurren sangre no convierte a nadie en poderoso ni inmortal. Para todos, tarde o temprano, llega el juicio de Dios al cual ninguno puede escapar. 

La misma llamada llegue también a todas las personas promotoras o cómplices de corrupción. Esta llaga putrefacta de la sociedad es un grave pecado que grita hacia el cielo pues mina desde sus fundamentos la vida personal y social. La corrupción impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un mal que se anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos. La corrupción es una obstinación en el pecado, que pretende sustituir a Dios con la ilusión del dinero como forma de poder. Es una obra de las tinieblas, sostenida por la sospecha y la intriga. Corruptio optimi pessima, decía con razón san Gregorio Magno, para indicar que ninguno puede sentirse inmune de esta tentación. Para erradicarla de la vida personal y social son necesarias prudencia, vigilancia, lealtad, transparencia, unidas al coraje de la denuncia. Si no se la combate abiertamente, tarde o temprano busca cómplices y destruye la existencia.

¡Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Ante el mal cometido, incluso crímenes graves, es el momento de escuchar el llanto de todas las personas inocentes depredadas de los bienes, la dignidad, los afectos, la vida misma. Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto. Dios no se cansa de tender la mano. Está dispuesto a escuchar, y también yo lo estoy, al igual que mis hermanos obispos y sacerdotes. Basta solamente que acojáis la llamada a la conversión y os sometáis a la justicia mientras la Iglesia os ofrece misericordia. 

20. No será inútil en este contexto recordar la relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. La justicia es un concepto fundamental para la sociedad civil cuando, normalmente, se hace referencia a un orden jurídico a través del cual se aplica la ley. Con la justicia se entiende también que a cada uno se debe dar lo que le es debido. En la Biblia, muchas veces se hace referencia a la justicia divina y a Dios como juez. Generalmente es entendida como la observación integral de la ley y como el comportamiento de todo buen israelita conforme a los mandamientos dados por Dios. Esta visión, sin embargo, ha conducido no pocas veces a caer en el legalismo, falsificando su sentido originario y oscureciendo el profundo valor que la justicia tiene. Para superar la perspectiva legalista, sería necesario recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiado en la voluntad de Dios.

Por su parte, Jesús habla muchas veces de la importancia de la fe, más bien que de la observancia de la ley. Es en este sentido que debemos comprender sus palabras cuando estando a la mesa con Mateo y otros publicanos y pecadores, dice a los fariseos que le replicaban: « Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores » (Mt 9,13). Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley que juzga, dividiendo las personas en justos y pecadores, Jesús se inclina a mostrar el gran don de la misericordia que busca a los pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. Se comprende por qué, en presencia de una perspectiva tan liberadora y fuente de renovación, Jesús haya sido rechazado por los fariseos y por los doctores de la ley. Estos, para ser fieles a la ley, ponían solo pesos sobre las espaldas de las personas, pero así frustraban la misericordia del Padre. El reclamo a observar la ley no puede obstaculizar la atención a las necesidades que tocan la dignidad de las personas. 

Al respecto es muy significativa la referencia que Jesús hace al profeta Oseas –« yo quiero amor, no sacrificio » (6, 6). Jesús afirma que de ahora en adelante la regla de vida de sus discípulos deberá ser la que da el primado a la misericordia, como Él mismo testimonia compartiendo la mesa con los pecadores. La misericordia, una vez más, se revela como dimensión fundamental de la misión de Jesús. Ella es un verdadero reto para sus interlocutores que se detienen en el respeto formal de la ley. Jesús, en cambio, va más allá de la ley; su compartir con aquellos que la ley consideraba pecadores permite comprender hasta dónde llega su misericordia.

También el Apóstol Pablo hizo un recorrido parecido. Antes de encontrar a Jesús en el camino a Damasco, su vida estaba dedicada a perseguir de manera irreprensible la justicia de la ley (cfr Flp 3,6). La conversión a Cristo lo condujo a ampliar su visión precedente al punto que en la carta a los Gálatas afirma: « Hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley » (2,16). Su comprensión de la justicia ha cambiado ahora radicalmente. Pablo pone en primer lugar la fe y no más la ley. No es la observancia de la ley lo que salva, sino la fe en Jesucristo, que con su muerte y resurrección trae la salvación junto con la misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus consecuencias. La justicia de Dios es su perdón (cfr Sal 51,11-16).

21. La misericordia no es contraria a la justicia sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer. La experiencia del profeta Oseas viene en nuestra ayuda para mostrarnos la superación de la justicia en dirección hacia la misericordia. La época de este profeta se cuenta entre las más dramáticas de la historia del pueblo hebreo. El Reino está cercano de la destrucción; el pueblo no ha permanecido fiel a la alianza, se ha alejado de Dios y ha perdido la fe de los Padres. Según una lógica humana, es justo que Dios piense en rechazar el pueblo infiel: no ha observado el pacto establecido y por tanto merece la pena correspondiente, el exilio. Las palabras del profeta lo atestiguan: « Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse » (Os 11,5). Y sin embargo, después de esta reacción que apela a la justicia, el profeta modifica radicalmente su lenguaje y revela el verdadero rostro de Dios: « Mi corazón se convulsiona dentro de mí, y al mismo tiempo se estremecen mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, porque soy Dios, no un hombre; el Santo en medio de ti y no es mi deseo aniquilar » (11,8-9). San Agustín, como comentando las palabras del profeta dice: « Es más fácil que Dios contenga la ira que la misericordia ».[13] Es precisamente así. La ira de Dios dura un instante, mientras que su misericordia dura eternamente.

Si Dios se detuviera en la justicia dejaría de ser Dios, sería como todos los hombres que invocan respeto por la ley. La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia. Debemos prestar mucha atención a cuanto escribe Pablo para no caer en el mismo error que el Apóstol reprochaba a sus contemporáneos judíos: « Desconociendo la justicia de Dios y empeñándose en establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree » (Rm 10,3-4). Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva.

22. El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así entonces, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (cfr Mt 5,48), pero sentimos fuerte el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación Dios perdona los pecados, que realmente quedan cancelados; y sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.

La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (cfr Ap 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así la Madre Iglesia es capaz con su oración y su vida de ir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a todos de los beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su indulgencia misericordiosa.

23. La misericordia posee un valor que sobrepasa los confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el islam, que la consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Israel primero que todo recibió esta revelación, que permanece en la historia como el comienzo de una riqueza inconmensurable de ofrecer a la entera humanidad. Como hemos visto, las páginas del Antiguo Testamento están entretejidas de misericordia porque narran las obras que el Señor ha realizado en favor de su pueblo en los momentos más difíciles de su historia. El islam, por su parte, entre los nombres que le atribuye al Creador está el de Misericordioso y Clemente. Esta invocación aparece con frecuencia en los labios de los fieles musulmanes, que se sienten acompañados y sostenidos por la misericordia en su cotidiana debilidad. También ellos creen que nadie puede limitar la misericordia divina porque sus puertas están siempre abiertas.

Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación.

24. El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque participó íntimamente en el misterio de su amor.

Elegida para ser la Madre del Hijo de Dios, María estuvo preparada desde siempre por el amor del Padre para ser Arca de la Alianza entre Dios y los hombres. Custodió en su corazón la divina misericordia en perfecta sintonía con su Hijo Jesús. Su canto de alabanza, en el umbral de la casa de Isabel, estuvo dedicado a la misericordia que se extiende « de generación en generación » (Lc 1,50). También nosotros estábamos presentes en aquellas palabras proféticas de la Virgen María. Esto nos servirá de consolación y de apoyo mientras atravesaremos la Puerta Santa para experimentar los frutos de la misericordia divina.

Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.

Nuestra plegaria se extienda también a tantos Santos y Beatos que hicieron de la misericordia su misión de vida. En particular el pensamiento se dirige a la grande apóstol de la misericordia, santa Faustina Kowalska. Ella que fue llamada a entrar en las profundidades de la divina misericordia, interceda por nosotros y nos obtenga vivir y caminar siempre en el perdón de Dios y en la inquebrantable confianza en su amor.

25. Un Año Santo extraordinario, entonces, para vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anuncio. Ella sabe que la primera tarea, sobre todo en un momento como el nuestro, lleno de grandes esperanzas y fuertes contradicciones, es la de introducir a todos en el misterio de la misericordia de Dios, contemplando el rostro de Cristo. La Iglesia está llamada a ser el primer testigo veraz de la misericordia, profesándola y viviéndola como el centro de la Revelación de Jesucristo. Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tendrá necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Es tan insondable la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene.

En este Año Jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin descanso: « Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos » (Sal 25,6).

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de abril, Vigilia del Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, del Año del Señor 2015, tercero de mi pontificado.

Franciscus



[1] Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, 4.

[2] Discurso de apertura del Conc. Ecum. Vat. II, Gaudet Mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962, 2-3.

[3] Alocución en la última sesión pública, 7 de diciembre de 1965.

[4] Cfr Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 16; Const. past. Gaudium et spes, 15.

[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.

[6] XXVI domingo del tiempo ordinario. Esta colecta se encuentra ya en el Siglo VIII, entre los textos eucológicos delSacramentario Gelasiano (1198).

[7] Cfr Hom. 21: CCL 122, 149-151.

[8] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24.

[9] N. 2.

[10] Carta Enc. Dives in misericordia, 15.

[11] Ibíd., 13.

[12] Palabras de luz y de amor, 57.

[13] Enarr. in Ps. 76, 11

Fuente: w2.vatican.va

martes, 15 de diciembre de 2015

AÑO SANTO Y JUBILEO DE LA MISERICORDIA


El Jubileo de la Misericordia es un jubileo que se celebra durante el Año Santo Extraordinario que comenzó el 8 de diciembre de 2015 y concluirá el 20 de noviembre de 2016, para celebrar el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, profundizar en su implantación y situar en un lugar central la Divina Misericordia, con el fortalecimiento de la confesión. La bula Misericordiae Vultus, por la que se convoca el año jubilar, fue publicada el 11 de abril de 2015. 

La tradición católica de celebrar un Año Santo o Año Jubilar comenzó con el Papa Bonifacio VIII en 1300, y desde 1475 cada 25 años se celebra un Jubileo ordinario para permitir que cada generación experimente este momento al menos una vez en la vida. El Año Santo es tradicionalmente un año de perdón y penitencia por los pecados de cada uno. También es un año de reconciliación entre enemigos y conversión para recibir el Sacramento de la Reconciliación.

Un Jubileo Extraordinario puede ser convocado en una ocasión especial o por un evento que tiene una importancia especial, como es el caso del Año Santo de la Misericordia.

Cada una de las cuatro basílicas papales de Roma tiene una puerta santa, que normalmente se sella desde el interior para que no se pueda abrir. Las puertas santas sólo se abren durante el año del Jubileo para que los peregrinos puedan entrar a través de ellas y ganar la indulgencia plenaria vinculada al Jubileo. El rito de la apertura de la Puerta Santa pretende ilustrar simbólicamente que a los fieles de la Iglesia se les ofrece un "camino extraordinario" hacia la salvación durante el tiempo del Jubileo. Simboliza el dejar atrás el mundo y entrar en la presencia de Dios, de manera similar a la forma en que los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento atravesaban la entrada del santuario interior del Tabernáculo en Yom Kipur -la conmemoración judía del Día de la Expiación, perdón y del arrepentimiento de corazón- para entrar en la presencia de Dios y ofrecer sacrificios.

Después de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, se abren las puertas de las otras tres basílicas romanas: San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María la Mayor. Durante el Año Santo de la Misericordia, el Papa Francisco también ha dado a los obispos diocesanos permiso para designar Puertas Santas específicas en sus diócesis.

Un Año Santo trae consigo la posibilidad de que los fieles puedan ganar la indulgencia plenaria. De acuerdo con el párrafo 1471 del Catecismo, una indulgencia es:
    • "...la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos".
En el caso de una indulgencia plenaria, es una completa remisión de los pecados.

De acuerdo a la Penitenciaría Apostólica, para ganas indulgencias plenarias (o parciales), es necesario que los fieles estén en estado de gracia y además:

- Tengan la disposición interior de un desapego total del pecado, incluso venial;

- Confiesen sacramentalmente sus pecados;

- Reciban la Sagrada Eucaristía (preferiblemente, pero no necesariamente en el contexto de la Misa)

- Oren por las intenciones del Papa

Lo ideal sería ir a confesarse, recibir la comunión y realizar la indulgencia en el mismo día, pero es suficiente que estos sacramentos y oraciones se lleven a cabo dentro de varios días (alrededor de 20) antes o después del acto de indulgencia.

Las oraciones por las intenciones del Papa se dejan a discreción de los fieles, pero un "Padre Nuestro" y un "Ave María" son las oraciones habituales. Una confesión sacramental es suficiente para varias indulgencias plenarias, pero una comunión y una oración por separado por las intenciones del Santo Padre se requieren para cada indulgencia plenaria.

Se pueden hacer excepciones con los enfermos y las personas confinadas en casa.

Las indulgencias siempre se pueden aplicar ya sea a uno mismo o por las almas de los difuntos, pero no pueden ser aplicados a otras personas vivas.

Durante un Año Santo, el Papa designa lugares específicos de peregrinación para obtener indulgencias, además de las cuatro Puertas Santas de Roma. Para el Año Santo de la Misericordia, las puertas santas en las catedrales de cada diócesis, así como en otras iglesias diocesanas designadas por los obispos, son lugares de peregrinación para los fieles laicos como parte de la obtención de la indulgencia plenaria. Como Francisco escribió en su carta sobre la indulgencia del Año Santo:
    • "Dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con un reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo".


    • Informacion extraida de www.arciprensa.com

lunes, 14 de diciembre de 2015

NACIMIENTO DE LA ERMITA

Podrá visitarse desde el 12 de diciembre al 8 de enero



Desde el pasado día 12 se puede visitar en la ermita el tradicional Nacimiento que nuestra hermandad instala cada año para celebrar la Navidad. Como en años anteriores, ha sido montado por un grupo de hermanos bajo la dirección de nuestro hermano José Román Delgado en colaboración con nuestro hermano Manuel Palacios Pavon. Es un Nacimiento tradicional, que recrea distintos pasajes evangélicos relativos al nacimiento de Jesús, pero en un entorno urbano inspirado en la arquitectura de nuestra tierra. Así, pueden contemplarse la Anunciación de María, la Visitación a su prima Isabel, María y José buscan posada, la Anunciación a los pastores, la adoración de los pastores a Jesús en el pesebre, la huida a Egipto, así como escenas populares y espacios especialmente curiosos como el palacio de Herodes, inspirado en la arquitectura nazarí, o una recreación de la fachada principal del convento mercedario de nuestra localidad. Todo siguiendo un sistema de representación continua característico de nuestros nacimientos populares y que hunde sus raíces en la Edad Media.

Podrá visitarse hasta el próximo 8 de enero durante el horario habitual de apertura de la ermita -de 9:00 a 13:00 y de 16:00 a 19:00 horas-, a excepción de los días 24 de diciembre y 31 de enero por la tarde, en los que la ermita permanecerá cerrada.