lunes, 7 de noviembre de 2011

Historia: Siglo XIX (II)



Entrado el siglo XIX, los cultos alrededor de la Virgen seguían siendo los mismos que venían celebrándose desde el siglo XVII, es decir, procesión, sermón y la Misa Cantada.


La Misa cantada ya aparece denominada como Función, y destacaba la gran solemnidad con la que era celebrada: adorno de la ermita a base de colgaduras, colchas y flores, así como la <<composición>> de la propia Imagen, lo que ya por entonces generaba importantes gastos. El Sermón, era el segundo acto fundamental de los cultos, por lo que para ello eran reclamados afamados predicadores, a fin de dotar a las fiestas del renombre y el lucimiento que una devoción tan arraigada requería.


La procesión, hasta finales del siglo XIX se celebraba, según el Padre Corpas << ... todos los años el día del Dulce Nombre de María (...) y se saca en procesión a Nuestra Señora hasta las paredes de la villa>>. De tal modo, la procesión conservaba aún su antiguo caracter periférico, alrededor de la ermita, no yendo hasta la parroquia en su procesión ordinaria, sino en ocasiones especiales por rogativas organizadas en momentos de calamidades públicas, como consecuencia del caracter protector de la devoción. No será ya hasta los últimos años del siglo XIX cuando se instituya anualmente la costumbre de traer a la Virgen a la Parroquia para la celebración de sus cultos, volviendo a la ermita el día de su festividad. Ya por aquel entonces formaba parte de la solemne procesión, a parte de los fieles, el clero y los músicos, los miembros del Ayuntamiento, símbolo inequívoco del papel dominante que la Virgen ocupaba dentro de las devociones de Cartaya.


La procesión llevaba asociado el acto de la puja, aún hoy conservada como una de nuestras más arraigadas tradiciones, llevándose a cabo tanto en la procesión de septiembre como en las de rogativa , con ida y regreso. Se pujaba por sacar o llevar las andas, no necesariamente por meterlas en la ermita, y el caracter familiar aún tan característica, estaba ya presente en el siglo XIX. Curiosamente, el pago de ésta podía hacerse en metálico o en especies ( trigo, frutos, animales...).


La música ocupaba un papel relevante en los cultos, señal inequívoca de bonanza económica en torno a la devoción a la Santísima Virgen: Música de órgano y sochantre para las coplas, durante la novena, amén de cantores para la Función, que solían venir de fuera. Especialmente interesante era la costumbre de acompañar los actos con el tamboril y la flauta, también nombrada como gaita . Los tamborileros solían ser de pueblos como Villablanca, San Bartolomé o Castillejos, y acompañaban la velada, la víspera, la función, la procesión y el ya por entonces celebrado Rosario público. No hay constancia cierta del momento en que se abandonó este tipo de acompañamiento, aúnque es posible que fuera en torno a 1852 al ser reemplazado progresivamente por bandas de música.


El claro aumento del culto a la Santísima Virgen y sus manifestaciones públicas propiciaron una importante actividad en torno a la renovación de los elementos decorativos y procesionales, siendo la muestra más clara de ella el periodo en que D. Celestino Maestre fue el encargado de los cultos de la Virgen como Capellán de la ermita. La arraigada devoción a la Virgen, unida al impulso de este presbítero cartayero, hiceron que la procesión y el culto en general aumentaran en lujo y lucimiento: Nuevas corona y cetro de plata (1845 y 1846 respectivamente), nuevas andas doradas, peana, sillón y retablo en 1850, así como nuevo manto y toca en 1852, todo esto sumado a la importante restauración del edificio que paralelamente se llevó a cabo.


A esta época corresponde la costumbre de vestir a la Santísima Virgen, en una búsqueda de un mayor efectismo y un mañor lucimiento procesional, aún no estando la imagen concebida para tal fin. Igualmente, también se le colocaba a la Virgen una peluca rizada, costumbre que se mantendría ya hasta su desaparición en los trájicos sucesos de 1936, mientras que por el contrario la costumbre de ser vestida fue abandonada tras la restauración a la que fue sometida en 1934.

La gran proyección popular que la devoción de la Virgen alcanzaba atraía a personas que realizaban donaciones de objetos de culto, de decoración para incremetar el patrimonio de la ermita, o para el ajuar de la imagen, destacando especialmente los familiares de D. Celestino Maestre, que llegaron incluso a donar una finca en 1858 para su venta.


Fuente: La Ermita de Consolación de Cartaya. Asociación Cultural Carteia. 1997

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